Issue #13

Rahim presents: Pop Mystique

Selección y mezcla: Alberto Rahim

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Listado de temas

Mason Williams "Overture"
Álbum: The Mason Williams Phonograph Record (Warner Bros / Seven Arts, 1968)
Chico Hamilton "Strange"
Álbum: Focus On (Warner Brothers, 1958)
Jaki Byard "Ode To Prez"
Álbum: Freedom Together! (Prestige, 1966)
Gary McFarland "Bloop Bleep"
Álbum: The In Sound (Verve, 1966)
Ramsey Lewis "Saturday Night After The Movies"
Álbum: The Movie Album (Cadet, 1966)
Lalo Schifrin "Machinations"
Álbum: There's A Whole Lalo Schifrin Goin' On (Dot, 1968)
Mulatu Astatke "Ewnèt Yèt Lagegnèsh"
Álbum: Ethiopian Modern Instrumental Hits (L'arôme / Buda , 1970)
The Gordon Beck Quartet "Monday Monday"
Álbum: Experiments With Pops (Major Minor, 1968)
Brother Jack McDuff "Up Up & Away"
Álbum: Getting Our Thing Together (Cadet, 1969)
J&K "Betwixt & Between"
Álbum: Betwixt & Between (CTI / A&M, 1969)
Ronnie Foster "Some Neck"
Álbum: Sweet Revival (Blue Note, 1973)
The Crusaders "Mystique Blues"
Álbum: Crusaders 1 (Blue Thumb, 1972)
George Duke "Face Reflections (Vocal)"
Álbum: Face Reflections (MPS / BASF, 1974)
David Matthews "Space Oddity"
Álbum: Dune (CTI, 1977)
Eloise Laws "Ain't It Good Feeling Good"
Álbum: Ain't It Good Feeling Good (Invictus, 1976)
The Awakening "Mode For d. d."
Álbum: Mirage (Black Jazz, 1973)
Idris Muhammad "House Of The Rising Sun"
Álbum: House Of The Rising Sun (Kudu, 1976)

* Puedes hacer clic en los nombres de los artistas o de sus álbumes para consultar más información sobre ellos.

Ilustraciones

Portada: Tomada de la pieza «As The Day Ends The Future Begins», 1998, de Yoskay Yamamoto.

Mística popular

El influjo de la música pop en el jazz

El concepto ‘música pop’ nos trae a la cabeza ese mínimo común denominador capaz de contentar masas o, en el peor de los casos, generar fanáticos. Un fenómeno instantáneo, fugaz, siempre dominado por la férrea estructura del verso-estribillo-verso y obligado a expresarse en breves minutajes para obtener la máxima exposición posible. Es un plato de chucherías del que todos hemos picado alguna vez y cuya trascendencia, desgraciadamente, ha terminado cuantificada en las millones de copias que haya despachado una canción, antes que en su posible calidad artística.

Ya sé que las cosas no son tan en blanco y negro como acabas de leer. Siempre ha existido un underground más preocupado por actualizar y mezclar esa rígida estructura compositiva de la que hablaba y tampoco puedo dejar de lado que, especialmente durante los primeros años de ese estilo, hubo gente que hizo maravillas tanto en el campo de las melodías, como en arreglos e incluso puesta en escena –toda la liturgia que se creó, sin ir más lejos-.

La hora de música que he preparado para este Upper Egypt Series Consortium documenta, con algo de mano izquierda, el campo de juego que se abrió en los años sesenta y setenta del pasado siglo con la popularización –valga la redundancia- de este género entre los músicos de jazz y, a la vez, las puertas que este abrió para los poperos y rockeros. Un difícil juego de intereses que alimentó a ambas partes.

Quizás hay que empezar recordando algunas cosas para poder ver las cosas en perspectiva. El jazz, cuando apareció la música pop, era la fuerza dominante. Su naturaleza porosa le había ido haciendo incorporar a su lenguaje todo tipo de influencias. Puedo hablar de la invasión de ritmos latinos que se había producido en décadas anteriores, o más concretamente del impacto que la bossa brasileña tuvo a comienzos de los sesenta con disqueras como Verve volcándose en ello con gran éxito. Porque el jazz, era a la vez música seria –indudable desde la aparición del bop- y también música de fiesta y baile. Un gran pulpo que los EE UU habían vendido al mundo como una de sus primeras formas de cultura autóctona; aunque ya sepamos que este orgullo era un poco hipócrita e interesado.

Esa era la situación cuando comienza la invasión británica a partir de 1965. Jovencitos que fascinados por el rhythm & blues -o blues simplemente- que les llegaba del otro lado del charco, lo adaptaron, como antes habían hecho con el rock & roll. Pero la gracia es que los de ahora tenían la suficiente curiosidad –y sentido del negocio, pero eso es otra historia- como para no limitarse a dos acordes. Ya es conocida la rapidez con la que se extendió el virus y su facilidad para fagocitarlo todo, pero hay que reconocer que durante unos años dorados, el pop fue un laboratorio de ideas más allá del comercio.

La sesión arranca con uno de esos nuevos talentos; Mason Williams. Norteamericano, blanco, también artista plástico –el Greyhound doblado de la portada de este, su primer álbum, está en la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York- y escritor, pero sobre todo un artista debutante que no sólo se atrevía a componer con la guitarra sino que también probaba cosas audaces con una orquesta de treinta y siete músicos. Una apertura perfecta para meternos en faena con el jazz; con uno que se atrevía a mezclar el violonchelo con el saxofón de Eric Dolphy –apenas se nota que este tema de Chico Hamilton es una década más viejo que sus compañeros de sesión más mayores- o a convertir el sonido denso y profundo del timbal de las orquestas de música clásica en el protagonista de un corte; en este caso de un álbum aventurero de Jaki Byard, ‘Freedom Together’ donde el pianista también se atreve con el saxo tenor, la celesta o la batería. Un homenaje a esa época donde ser atrevido era casi obligatorio.

Pero si hablamos de las primeras y más inmediatas consecuencias del coqueteo de pop y jazz, esto nos lleva a un género en sí mismo; el easy listening, con sus versiones instrumentales más o menos orquestadas de éxitos de cualquier época que aun, hoy en día, siguen siendo abrumadora mayoría en los cajones de los discos más baratos, además de haber torturado a una generación en salas de espera. Tanta producción, por supuesto, también deparó cosas buenas. La canción de Gary McFarland es un buen ejemplo de esa actitud cocktail en su versión más elegante; rescantando una vieja composición -de 1947- y refrescándola con aires brasileños. Cercano a ello e ingrediente más importante en esta mezcla, tenemos también el mundo de las bandas sonoras que también andaba en ebullición en los años sesenta. La primera muestra es de un pianista de innegable groove y un poco todoterreno, Ramsey Lewis que en 1966 publicaba un álbum entero dedicado a las melodías de Hollywood del que he seleccionado uno de los dos cortes que hacían de excepción. Lalo Schiffrin, responsable de Misión Imposible, Harry el Sucio o Bullit, no necesita de mucha introducción. En su canción se respira acción, pese a no pertenecer a ningún film y su alambicada sucesión de arreglos y hasta sonidos ‘concretos’ –el silbido del inicio, el barullo de gente después- nos recuerdan que el argentino podía tener sus raíces en el jazz, pero también había alucinado con el Sgt. Pepper. Para relajar, después se me cuela Mulatu Astatqé, que más que tener con las bandas sonoras –aunque Jarmusch le tomara prestadas dos canciones de este mismo Lp-, tiene también que ver con el jazz como música popular y sus virtudes como esponja.

Volviendo a la relación de pop y jazz, llegamos por fin al meollo de la cuestión y una de las partes donde más canciones ha habido que descartar, subiendo el nivel de exigencia. Me refiero al momento en que las canciones pop empezaron a dominar todas las radios del mundo, con unas canciones cada vez más contagiosas. Los músicos de jazz dieron la jugada por perdida y muchos decidieron -en una mezcla de interés por captar oyentes despistados y demostrar que ellos podían hacer mucho más con esas mismas melodías- incluir uno o dos cortes provenientes del pop en sus discos. Los dos ejemplos son muy distintos; por un lado el cuarteto británico de Gordon Beck reconstruyendo por completo una conocida melodía de The Mamas and The Papas –su disco ‘Experiments with Pops’ se consagraba a ello- y por otro una emocionante relectura a través del Hammond de Jack McDuff de una composición de Jimmy Webb, que inmortalizaron The 5th Dimension.

Pero según se acercó la nueva década de los setentas, las cosas se precipitaron. Con la ruptura de las barreras raciales, también empezó a haber estrellas negras. La gente del jazz empezó a interiorizar los códigos musicales que estaban triunfando –y hablo claro de soul y funk- y se pusieron a hacer cosas con la intención de gustar a un público más amplio. La productora de Creed Taylor -que se encargó del tercer álbum de los trombonistas J.J. Jonson y Kai Winding- estuvo más cerca de llevar el jazz a los estadios durante aquellos años que los cerebrales experimentos de Miles Davis. Otro por este mismo camino fue el teclista Ronnie Foster; pasó de ser otro Hammonero más a dejar volar su fantasía hechizado por Stevie Wonder a partir de su segundo álbum. Aunque si hubo una formación que definitivamente derribó las barreras entre ambos mundos, lleno estadios y creó escuela –para bien y mal- esos fueron The Crusaders. Una formación que al igual que los también populares Kool & The Gang, empezó influenciada por el bop.

La selección se hubiera quedado coja con tanto instrumental, asi que opté porque las voces surgieran de un artista que en aquel momento -1974- venía de aprender el negocio por parte de alguien muy respetado en el jazz –Cannonball Adderley- y por otro muy respetado en el rock –Frank Zappa-. George Duke tardaría apenas un par de álbumes en pasarse casi definitivamente al r&b, pero mientras, sus experimentos con el sintetizador abrieron nuevos horizontes. Claro que si hablamos de osadías, es probable que nadie, ni en el mundo del jazz ni en el del pop, viera con excesiva simpatía como el arreglista Dave Matthews –James Brown sin ir más lejos- grababa con la voz de Imani Coppola una bizarra versión del clásico de David Bowie. Un homenaje a todo en lo que terminó convertida la música de fusión de disqueras como CTI; expertas en pulir cualquier irregularidad. Al final, el pop venció y mandó al jazz a un ghetto de entendidos y coleccionistas no muy distinto al de la música clásica.

Para el final, después de esa deliciosa ración de r&b, casi erótico, cantado por Eloise Laws, hermana de Hubert, Ronnie y Debra; va una muestra del otro camino al que el olvido, desgraciadamente, llenó de maleza. Otra forma de ver la mezcla de r&b y jazz; sin estar pendiente de gustar y con firme intencion de despertar conciencias. De buscar el alma de la música negra, hundiéndose en sus raíces africanas. El sexteto The Awakening lo deja muy claro en su canción, a la que sigue y ya para cerrar, una canción que ya había pasado por unas cuantas manos –Bob Dylan, The Animals, Miriam Makeba- antes de que el batería Idris Muhammad –sin descontar las aportaciones de Fred Wesley o el cantante Frank Lloyd- consiguiera hacerla dura como una roca.

Por supuesto, sé que en mi relato me olvidos cosas de jazz profundo que acabaron siendo cortinillas publicitarias – What a Wonderful World sin ir más lejos- o canciones pop ejecutadas por gente del jazz mundialmente conocidas –Don’t Worry Be Happy-; pero espero que sepas comprender que se apartaban de la narrativa de la selección. Se hubieran visto como el McDonald’s de la Plaza Wajaypata de Cuzco o el hipermercado Wal-Mart de las ruinas de Teotihuacan.

Alberto Rahim